William Balborín cuenta que cuando cursaba el secundario, en el Instituto La Asunción de Leales, nunca leyó un libro ni se interesó por aprender. Recién a los 18 años comenzó a leer y se sintió especialmente atraído por textos de política. “En ese momento conocí la historia del hombre que me inspira: Ernesto “Che” Guevara de la Serna”, nombra con aire solemne.
La adhesión a los ideales del revolucionario rosarino lo llevó a estudiar Abogacía y a emprender travesías en bicicleta por el país. Según Balborín, aunque muchos asocian al “Che” con la motocicleta, su primer viaje fue en bici. “Yo no tenía plata para la moto y pensé que si él fue un sacrificado por los demás, yo tenía que sacrificarme y hacerlo igual”, sostiene y agrega que también imita a su referente en su costumbre de registrar en un diario el día a día de sus viajes.
Su primera aventura lo llevó a recorrer en dos ruedas 600 kilómetros hasta la Casa Museo del “Che” en la ciudad cordobesa de Alta Gracia. En otra oportunidad llegó hasta La Higuera, la localidad de Bolivia donde fue asesinado Guevara. Este verano, Balborín recorrió Tucumán, Catamarca, Santiago, San Luis, Córdoba, La Pampa y Río Negro. Esta vez, se propuso transmitir una convicción que sostiene firmemente hace años: la causa Palestina. “Apoyo la lucha por un país libre, para que se devuelvan los territorios ocupados”, expresa enérgicamente. En su recorrido de 4.635 kilómetros se dedicó a compartir información y su visión sobre el conflicto palestino-israelí.
Para el estudiante de Abogacía, es necesario que los argentinos dejen de mirar tanto dentro de las fronteras del país para prestar algo de atención a lo que ocurre afuera. “A veces, un universitario no sabe ni qué es Palestina. En cambio, me dan esperanza las personas como un sereno de un parque de La Pampa que me sorprendió por todo lo que sabía de política internacional”, hace memoria con los ojos cargados de lágrimas.
Después de nueve viajes por casi todo el país (le falta la Patagonia), Balborín confiesa que, al principio, no conocía nada sobre cómo hacer travesías de este tipo y que incluso compró la bici el día antes de salir a Alta Gracia. “Ahora sí me entreno dos o tres veces por semana”, aclara. Su entrenamiento es por las calles de tierra de Mancopa, el pueblo lealeño donde vive. “No somos más de 2.500 habitantes y no tenemos una plaza o un lugar para ir a tomar una cerveza”, comenta.
El viajero, que se niega a pagar por un lugar para dormir, se aloja en casas de familia, estaciones de tren y de servicio, escuelas, albergues, hospitales y con los bomberos voluntarios. “También pasé la noche en mi carpa en medio de la nada. Me acuerdo cuando lo hice en un salar en Catamarca”, recuerda con una sonrisa.
El criterio para elegir sus rutas es llegar a los lugares alejados de los caminos más transitados, por los que la mayoría elige no pasar. A Balborín le gusta conversar con la gente sobre política y sus formas de vida y compartir sus costumbres porque, según él, la esencia de los pueblos está en esas cosas que el turista común no ve.
Aunque no olvida aquella vez que intentaron robarle la cámara de fotos en Chilecito (La Rioja), Balborín valora la sencillez y generosidad de las personas que conoce en sus viajes, que le brindan desde un vaso de agua y comida hasta un techo y su compañía.